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lunes, 8 de agosto de 2016

FELICES SUEÑOS

Superabuela TEA siempre explica que durante cuatro años no hubo manera de dormir toda la noche. Yo, desde los seis meses a los cuatro años, al parecer no dormía. O cogía el sueño bien y cuando todo en casa quedaba en silencio, cuando el run run del televisor desaparecía, cuando las luces del comedor se apagaban y cuando superabuelos TEA se metían felizmente en la cama, un extraño radar interno mío me despertaba. Cuenta ella que como diez veces durante la noche se levantaba. Que si agua, que si no sé, que si patatim que si patatam. Noche tras noche, sin descanso. Por mi parte, recuerdo haberme quedado a comer un día en la guardería y tener que pasarme una hora haciendo ver que dormía porque o no podía conciliar el sueño o en realidad no tenía sueño. Cada vez que se abría la puerta de la sala de dormir, escondía mi cabecita, cerraba los ojos y casi sin respirar me quedaba quieta como una estatua. Claro que mirado fríamente, no es fácil conciliar el sueño sentado en una silla apoyando la cabeza en la mesa sobre los brazos (cosas de finales de los 70).
En casa, mi actividad nocturna, mi reclamar a mami una y otra vez cesó, cuando, con una gran complicidad y en pleno verano mi tía llega un día por la mañana y me cuenta una historia fantástica, aterradora, creíble, imaginativa y para una niña de cuatro años, real como la vida misma. La historia, la siguiente: "Montse, esta mañana mientras hacía la cama del Enric y el Sergi, se me ha aparecido un paje del Rey y me ha preguntado si tenía una sobrina que se llamaba Montse y que al parecer no duerme por la noche. Y claro yo le he dicho que sí, que es mi sobrina pequeña, a lo que el paje me ha dicho que te diga que si no duermes toda la noche los reyes no te podrán traer juguetes" . Puedo imaginar mis ojos achinados redondos como platos. Un paje del rey... ¿entrando por la ventana? ¿ha aparecido como el genio de la lámpara maravillosa? ¿los pajes visten como las sotas de la baraja española? ¿ha llamado al timbre?... Seguramente pasaron muchas cosas por mi cabecita pensante, no muy buenas quizás, pero el caso es que a partir de ese día, tal y como cuenta superabuela TEA, dejé de llamarla por las noches. Recuerdo que cada noche, antes de que superabuela TEA cerrara la luz de la habitación me decía: "¿ què tens que fer?" a lo que yo respondía: "mumir tota la nit". 
La cuestión sin embargo, es si lo cumplía o no. La respuesta: una parte sí y la otra no. No llamaba a mi madre, no le pedía agua porque me ponía cada noche un vaso con agua cerca de la cama. No la llamaba para ir al baño porque me dió un candil a pilas para poder vagar por la casa cual fantasma. No la llamaba porque no podía dormir porque tenía mucha faena tapando a mi hermano con la sábana o poniéndole bien la almohada que día tras día tiraba al suelo (porque de siempre duerme sin almohada). Y no, no dormía, y cuando me dormía, a primera hora de la mañana me despertaba. 
En realidad fueron muchos años sin dormirme en menos de cinco minutos. de jovencita tardaba como una hora en conciliar el sueño... Y no, nunca ningún pediatra dio con la solución. Actualmente creo que me lo tratarían como un trastorno del sueño y que como a muchas piezas TEA unas gotitas de melatonina hubieran hecho milagros. Pero eso ahora ya da igual. Ahora con mi pieza TEA de arriba para abajo, vigilándolo, corriendo con él, saltando en la colchoneta, y algunas de sus noches moviditas, me duermo lo que tardo en decirle buenas noches a superpapáTEA. 
Y es que mi pieza TEA también tiene su historia con el dormir. No tan dura como la mía, no tan pesado quizás, pero sí que, como yo, conciliar el sueño le ha costado hasta casi los cuatro años un rato largo. De bebé, tardaba en dormirse, no se dejaba tocar apenas y así que, equivocadamente, pienso ahora, lo poníamos en la cunita, dejábamos la habitación a oscuras, walkies encendidos y allí solito se dormía después de casi una hora cantando, haciendo sus sonidos o riendo. La siesta era también algo por el estilo. Hasta que tuve que quedarme con él porque un día saltó de la cuna, subió la persiana y abrió la luz. Tenía un año y medio. A partir de ese momento, las siestas empezaban sobre las dos de la tarde pero sus ojos no se cerraban hasta pasada una hora. Empezamos a probar ideas. Durante un tiempo funcionó el bloquear sus movmientos. Con suavidad, le ponía una mano en la espalda y la otra en las piernas. De ese modo llegaba al estado de relajación necesaria para quedarse dormido. Sin embargo, con el tiempo, hábilmente mi pieza TEA, siempre con ganas de juerga, evitaba de todas las maneras que mis manos lo tocaran para dormir. Así que la siguiente técnica fue estar ahí en plan sargento, sin hablarle, sin tocarlo, sin cantarle. Y funcionó. Hasta que hace un año él mismo decidió que no quería dormir más la siesta. Y de hecho fue una buena decisión. Porque mi pieza TEA por las noches se solía despertar una o dos veces y tardaba una hora o dos en volver a dormir. Lo llevábamos a nuestra cama, o dormía en su habitación en la cama de al lado o juntitos en esa misma cama. Desde el momento en que dejó la siesta, las noches fueron más tranquilas para todos, solía dormir diez horas del tirón y todos felices. Más relajados, más centrados, más contentos. Todo en positivo. Incluso mi pieza TEA ha sido capaz de aprender que cuando uno tiene sueño, lo mejor no es saltar y correr por casa, lo mejor es cerrar los ojos y relajarse.
Este verano una de las cosas bonitas que ocurre de vez en cuando es que cuando mi pieza TEA tiene sueño, para emoción mía me dice: "mumir... bona nit". Le gusta dormirse en el sofá cogido a superpapá TEA o a mi, notarnos, estar ahí con él mientras se relaja y se abandona al sueño.
Pero no todo es bonito. Arnau lleva dos meses que no quiere dormir en su habitación, tiene como miedo a ella, a que esté a oscuras. Cada noche se levanta y se va al sofá. A veces sigue ahí durmiendo, otras, abre la luz de la cocina y observa despierto, otras cuantas enciende la tele y mira el canal que esté puesto y las menos pero también las hay, coge su piano y empieza a tocar. Es un verano atípico. Son noches de levantarse dos o tres veces, de aceptar que no quiere volver a la habitación, de respetar que ahora quiere luz para dormirse, de acompañarlo en el sofá hasta que vuelve el sueño. No sé cómo terminará este amor por dormir en el sofá. Lo que sí sé es que yo seguiré llevándolo cada noche a dormir a su habitación, que cerraré la luz dejando una luz nocturna, que aceptaré que encienda de nuevo la luz. Y lo haré porque, en el fondo me llena de cariño ver esa sonrisa al ver la luz encendida, al notar aquella mano firme cogiendo la mía y ver, por fin, como poco a poco sus ojillos se cierran para dar paso a los felices sueños.