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martes, 8 de septiembre de 2015

GRIS

Escrito el viernes 4 de septiembre (publicado hoy porque las tormentas me robaron internet).

De nuevo en tren. Acabo de ver una imagen bonita, muy muy bonita. Ha sido fugaz porque el tren va rápido y yo voy entretenida entre la novela y los comentarios de papá TEA. Otra vez mis dos héroes se han quedado solos, el uno con el otro y el otro con el uno. Lo necesitan. Deben acostumbrarse a estar el uno con el otro. Mi pieza TEA, está demasiado apegado a mí y tiene que desprenderse un poco de mí, saber que su papi es igual de divertido o más que su mami, que incluso es más amoroso que yo. Que está ahí, para él, para darlo todo por él... Así que hoy y parte de mañana se disfrutarán mutuamente. Mientras, yo iré a descubrir tesoros arquitectónicos de mi querida Barcelona con superabuela TEA y mis tíos y sobrinas.
El caso es que hoy, bueno y ayer y anteayer, llueve. Hace un día gris, pero no un sólo gris, miles de tonalidades grises aparecen en el paisaje. Incluso el mar, mi mar, se ha teñido de gris plomo y se mueve ansiosamente, chocando en las rocas. El viaje en tren hasta Barcelona tiene un tramo que es un regalo para mí porque el mar, con sus acantilados, sus playitas escondidas, me acompañan y la verdad es que el espectáculo es digno de ver. Por la mañana, el sol convierte el agua en cristales dorados y suele estar calmado. Si el viaje es temprano, se ven las barquitas de los pescadores faenando tranquilas. Por la tarde el agua ya está más nerviosa y el atardecer se apodera del mar y lo oscurece lentamente. Y hoy, todo es gris, todo está mojado, huele a final de verano. En las playas sólo alguna persona solitaria paseando y de golpe, esa imagen. Al final de una playa, donde empiezan las rocas que llevan a los acantilados hay dos personas sentadas. La imagen que ha quedado en la retina es la de un abuelo y su nieto, sentados el uno junto al otro en las rocas, mirando hacia el horizonte, hacia este mar movido, hacia los nubarrones grises que esperan descargar y de golpe el abuelo levanta la mano y señala y los dos miran lo mismo. Mi imaginación me dice que es un viejo pescador y que le explica sus aventuras... La realidad nunca la sabré.


¿Y qué tiene que ver todo esto con mi pieza TEA? Pues que en nuestra familia TEA, no tan sólo hay abuelas TEA, hay abuelos TEA. Uno sólo le observa, le vigila, sufre por si tiene frío cuando se descalza para salir corriendo escaleras arriba. Disfruta viendo cómo come con gusto su hamburguesa con patata hervida. No sé si entiende que es un niño distinto a los demás, pero no se enfada con él cuando le quita la funda de su sillón o le roba un trocito de pan de encima de la mesa. Este superabuelo TEA lo adora, porque se lo mira con buenos ojos, porque le da un beso cuando se va.

El otro superabuelo TEA se ríe con mi pieza TEA, le enseña a dar cocos con la cabeza, juega con él en la playa e incluso más de una vez le da de  comer, con infinita paciencia cuando la comida no es muy del paladar de Arnau, limpiándole las manos y la cara a cada cucharada de espaguettis o simplemente mirando que coja bien la cuchara o el tenedor. Son superabuelos TEA. Ninguno de los dos podrá explicarle muchas de sus vivencias ni experiencias, pero eso da igual. El cariño, el amor que desprenden por mi pieza TEA es superior a cualquier historia que pudieran contar. Están allí, con él, para él, para disfrutarlo tal y como es. Y ya sabéis, mi pieza TEA es la felicidad hecha persona.


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